DÍA DE MUERTOS
El Día de Muertos es una celebración tradicional mexicana que inspiró a otras zonas de Latinoamérica a honrar a los muertos.Tiene lugar los días 1 y 2 de noviembre y está vinculada a las celebraciones católicas de Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos.
Es una festividad que se celebra principalmente en México donde es originaria y en países latinoamericanos como Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala y en menor grado en países de América Central y en la región andina en América del Sur, desde el noroeste de Argentina hasta los Estados Unidos, en zonas donde existe una gran población indígena.
En el 2008 la Unesco declaró la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de México. Actualmente también se festeja en zonas más al sur, como por ejemplo en Buenos Aires, por migrantes del área andina central, principalmente del occidente de Bolivia, del Noroeste Argentino (NOA), el sureste de Perú, y en Venezuela es celebrado por el pueblo kariña se le denomina "Akaatompo" o fieles difuntos, también se celebra la llora, todo se trata de celebrar a sus muertos, cabe destacar que el día de los muertos en Venezuela proviene de los nativos y es una costumbre muy antigua que ha cambiado a la llegada de los españoles.
El 1° de noviembre es el festejo del Día de Todos los Santos en la tradición católica y cuando se recuerda a aquellas personas que murieron sin ser beatos o santos, así como quienes partieron siendo aún niños. Ese día tiene lugar una tradicional misa en la explanada del parque Xcaret. El Día de los Fieles Difuntos es el 2 de noviembre y se ora por todas aquellas ánimas que aún no han recibido acceso al paraíso. Durante los días en que se celebran a los muertos, nuestros seres queridos pueden volver del más allá por algunas horas para visitar a sus familiares y estar cerca de ellos una vez más. El culto prehispánico a la muerte fue uno de los elementos que se fusionó con el catolicismo, en un sincretismo religioso que perdura hasta nuestros días, siendo una de las tradiciones más arraigadas entre los mexicanos.
Cada año, los días 1 y 2 de noviembre se colocan altares de muertos con flores y alimentos, recordando a nuestros seres queridos que ya han partido al más allá. Los elementos que tiene un altar de muertos pueden ser muchos y muy variados. Los objetos básicos incluyen veladoras, sal, incienso, calaveritas de azúcar, el tradicional pan de muerto y flores de cempasúchil. Además, solemos incluir en los altares los platillos favoritos de nuestros familiares que ya partieron, fotografías suyas, en algunas ocasiones objetos personales e incluso elementos como cigarros o algún licor. En el caso de los niños, se colocan dulces o algún juguete.
Los mexicas creían que la vida ultraterrena del difunto podía tener cuatro destinos:
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Tlalocan: o paraíso de Tláloc; dios de la lluvia. A este sitio se dirigían aquellos que morían en circunstancias relacionadas con el agua: los ahogados, los que morían por efecto de un rayo, los que morían por enfermedades como la gota o la hidropesía, la sarna o las bubas, así como también los niños sacrificados al dios. El Tlalocan era un lugar de reposo y de abundancia.
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Omeyocán: paraíso del sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. A este lugar llegaban sólo los muertos en combate, los cautivos que se sacrificaban y las mujeres que morían en el parto. El Omeyocan era un lugar de gozo permanente, en el que se festejaba al sol y se le acompañaba con música, cantos y bailes. Los muertos que iban al Omeyocan, después de cuatro años, volvían al mundo, convertidos en aves de hermosas plumas multicolores.
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Mictlán: destinado a quienes morían de muerte natural. Este lugar era habitado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, señor y señora de la muerte. Era un sitio muy oscuro, sin ventanas, del que ya no era posible salir.
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Chichihuacuauhco: lugar a donde iban los niños muertos antes de su consagración al agua donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche, para que se alimentaran. Los niños que llegaban aquí volverían a la tierra cuando se destruyese la raza que la habitaba. De esta forma, de la muerte renacería la vida.
El camino para llegar al Mictlán era muy tortuoso y difícil, pues para llegar a él las almas debían transitar por distintos lugares durante cuatro años. Luego de este tiempo, las almas llegaban al Chicunamictlán, lugar donde descansaban o desaparecían las almas de los muertos. Para recorrer este camino, el difunto era enterrado con un perro llamado Xoloitzcuintle, el cual le ayudaría a cruzar un río y llegar ante Mictlantecuhtli, a quien debía entregar, como ofrenda, atados de teas y cañas de perfume, algodón (ixcátl), hilos colorados y mantas. Quienes iban al Mictlán recibían, como ofrenda, cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de algodón.
Los entierros prehispánicos eran acompañados de ofrendas que contenían dos tipos de objetos: los que, en vida, habían sido utilizados por el muerto, y los que podría necesitar en su tránsito al inframundo. De esta forma, era muy variada la elaboración de objetos funerarios: instrumentos musicales de barro, como ocarinas, flautas, timbales y sonajas en forma de calaveras; esculturas que representaban a los dioses mortuorios, cráneos de diversos materiales (piedra, jade, cristal), braseros, incensarios y urnas.