DÍA DE MUERTOS
MICTLÁN
Para los mexicas “la muerte significaba la desagregación y dispersión de los componentes del ser humano”. Es decir, era una transformación y parte de un proceso cíclico. Los mexicas pensaban que Tlaltecuhtli, diosa de la tierra, devoraba y paría a los cadáveres para que, los individuos muertos, renacieran a una ‘nueva vida’ en la que podrían continuar su tránsito hasta llegar al lugar que les correspondía según la causa de su muerte.
De acuerdo con el Gran Diccionario Náhuatl, mictlan significa infierno, otros lo traducen como “lugar de los muertos”. A esta región también se le conoce como “Nuestra casa definitiva”, “El lugar común a donde iremos a destruirnos, a perdernos”, “El lugar al que todos vamos”, “A donde todos van”, “El lugar de los descarnados”, “Lugar de los dañados”, “Casa de la oscuridad”, “Casa de la noche”, “Lugar sin chimenea, lugar sin casas” y “Lugar sin orificio para el humo”.
Diferentes leyendas, representaciones visuales y códices antiguos definen al Mictlán como un lugar desconocido, peligroso y oscuro, el cual tiene nueve niveles. Estos nueve niveles están relacionados con la putrefacción, lo fétido, lo frío, lo húmedo, lo acuoso, la oscuridad y la noche. Los animales relacionados con el Mictlán eran búhos, murciélagos, gusanos y ciempiés, los cuales estaban al servicio de Mictlantecuhtli y su consorte Mictecacíhuatl.
Los expertos señalan que el Mictlán se ubicaba en el norte, pero también en el centro y debajo de la Tierra. En la cosmovisión mexica, la Tierra era considerada como un ser que devoraba la carne de los difuntos. A la hora de morir, los mexicas pensaban que estaban saldando su deuda con la Tierra, ya que al morir, le daban continuidad al ciclo del universo.
CAMINO DEL MICTLÁN
Se creía que el viaje duraba cuatro años y que, al llegar a Mictlán luego de haber superado todos los obstáculos, el alma del difunto era recibida por Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl, las deidades del inframundo, quienes le anunciaban el final de sus pesares. Al Mictlán se dirigían por igual nobles y plebeyos, sin distinción alguna de rango ni de riquezas, pues la muerte no discrimina a nadie.
Parte de los rituales funerarios para despedir a los difuntos en el México prehispánico era la confección de un discurso fúnebre de gran significado. Acto seguido, el difunto abandonaba este plano terrenal y despertaba a la orilla de un río, que sería la primera de las pruebas para encontrar el descanso eterno de su alma. Este viaje no era una tarea sencilla, pues cada nivel ponía a prueba su carácter, convicción y resistencia.
PRIMER NIVEL: CHICONAHUAPAN
También llamado Itzcuintlan o “lugar de perros”, este sitio estaba a la orilla de un caudaloso río, que el muerto debía atravesar con la ayuda de un xoloitzcuintle de color pardusco. El color era importante, puesto que, si se le pedía ayuda a un perro de color blanco, este se negaría y si se le pedía ayuda a un perro negro, este no aceptaría la tarea. Dicen que el difunto que llega a la ribera del río arriba dicho, luego mira al perro, si conoce a su amo luego se echa nadando al río, hacia la otra parte donde está su amo y lo pasa a cuestas. Por esta causa los naturales solían tener y criar a los perritos, para este efecto; y más decían, que los perros de pelo blanco y negro no podían nadar y pasar el río, porque decía el perro de pelo blanco: yo ya me lavé, y el perro de pelo negro decía: yo me he manchado de color prieto, y por eso no puedo pasaros. Solamente el de pelo bermejo podía pasar bien a cuestas a los difuntos.
SEGUNDO NIVEL: TEPECTLIMONAMICTLAN
El “lugar de los cerros que se juntan”. En este nivel se dice que existían dos cerros que se abrían y se cerraban, chocando entre sí de manera continua. Los muertos, por lo tanto, debían buscar el momento oportuno para cruzarlos sin ser triturados.
TERCER NIVEL: IZTEPETL
Región donde se encontraba una montaña con un sendero de pedernales obsidiana que desgarraban a los muertos cuando tenían que atravesarlo para cumplir su trayectoria. Es la residencia de Itztlacoliuhqui, dios de la obsidiana, señor del castigo, quien en el pasado fuese el custodio del dios Sol durante las horas matutinas como el dios de la aurora, Tlahuizcalpantecuhtli, quien cegado por los celos se atreviera a atacar al dios Sol Tonatiuh, recibiendo un contraataque que lo dejó ciego permanentemente debido a una flecha que se atravesó en la cabeza, siendo además castigado por su falta al tercer estrado del Mictlán por los Dioses Creadores, teniendo la tarea de henchir con filosos pedernales el cerro. A continuación, se encontraba un extenso complejo llamado Itzehecáyan o Itzehelóyan, dividido en dos regiones con fuertes vientos, indispensables para que los muertos arrogasen todas sus pertenencias como ropa, alhajas, armas y despojos personales, vientos tan fuertes que levantaban piedras y cortaban a los cadáveres de los muertos con múltiples puntas de pedernal al recorrerlo, este complejo estaba dividido en dos regiones diferentes llamados Cehuelóyan y Pancuecuetlacáyan o Pancuecuetlalóyan.
CUARTO NIVEL: ITZEHECAYAN
Es la primera región del extenso complejo Itzehecáyan, una extensa área congelada con ocho collados de piedras abruptas de aristas cortantes donde siempre caía nieve, es la residencia Mictlecayotl o Mictlampehécatl, dios del viento frío del Norte, que traía el invierno desde el Mictlán hasta la tierra, era muy fuerte y de violento carácter, sus hermanos eran Huitztecayotl o Huitztlampehécatl, viento del Sur, Cihuatecayotl o Cihuatlampehécatl, viento del Oeste/Occidente y Tlahuiztecayotl o Tlahuiztlampehécatl, viento del Este/Oriente.
QUINTO NIVEL: PANIECATACOYAN
Es la segunda región del extenso complejo Itzehecáyan, al pie del último collado del Cehuecáyan, ahí comenzaba una extensa área desértica de difícil movimiento con ocho páramos donde no existía la gravedad, y los muertos estaban a merced de los vientos, que próximos a salir, éstos los regresaban o los llevaban de un lado a otro como banderas, hasta que finalmente lograban salir del sendero.
SEXTO NIVEL: TIMIMINALOAYAN
Región donde existía un extenso sendero en cuyos lados manos invisibles enviaban puntiagudas saetas para acribillar a los cadáveres de los muertos mientras lo atravesaban, las saetas pérdidas durante batallas que el muerto debía evitar para no ser flechado e irse desangrando.
SÉPTIMO NIVEL: TEOCOYOHUEHUALOYAN
Región donde habitaban fieras salvajes que abrían los pechos de los muertos para comerles el corazón, por lo que, al salir del sendero, el muerto se encontraría con un jaguar que comería el corazón.
OCTAVO NIVEL: IZMICTLAN APOCHCALOLCA
Región donde se encontraba la desembocadura del río Apanohuacalhuia, una masa acuática de aguas negras donde el muerto ya sin corazón se debatía por largo rato en las aguas negras para salir, pero, ahí no acabarían sus penas, pues el difunto tendría que atravesar un extenso valle lleno de nueve hondos ríos, los nueve ríos adyacentes del ancho río Apanohuacalhuia, los ríos de los nueve estados de la conciencia.
NOVENO NIVEL: CHICUNAMICTLAN
Finalmente se alcanzaba el final del trayecto en una zona de niebla donde los muertos ya no podían ver a su alrededor. Su estado de cansancio exangüe provocaría la reflexión de las decisiones y movimientos de la historia del muerto, y se conectaría con todo lo que le sucedió en vida, con todo lo que le rodeaba. El muerto se volvía uno con todo. Así, dejaban de padecer y entraba en el Mictlán, la residencia del señor y de la señora de la Muerte. Aquí su alma sería liberada completamente de los padecimientos del cuerpo, por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, esencia de la muerte masculina y femenina respectivamente.
Para transitar estas pruebas, el difunto debía ir surtido de algunos amuletos y pertenencias para facilitar su camino, entre agua, mantas, armas, Al final de este largo viaje al Mictlán, el difunto debía entregar a Mictlantecuhtli los tributos que se le habían entregado antes de despertar a la orilla del río, pues no sería justo llegar ante el mismísimo señor de la muerte con las manos vacías.
El siguiente vídeo ilustra el camino del Mictlán en una canción.